Nos abonamos a las caricias furtivas, a los besos de alquiler, controlando con el rabillo del ojo cada movimiento, con los nervios del que roba en el Corte Inglés.
Yo incendiaba la guitarra, tú mis calzoncillos. A cada roce saltaban los plomos, nos matábamos casi sin permiso.
Y al amanecer, tú parabas el despertador, la luz se colaba por la ventana y yo volvía a lo alto del alambre, viéndote marchar, sabiendo que esto había terminado antes de empezar.
0 comentarios :: Manifiesto desastre
Publicar un comentario