Manifiesto desastre

Nos abonamos a las caricias furtivas, a los besos de alquiler, controlando con el rabillo del ojo cada movimiento, con los nervios del que roba en el Corte Inglés.

Yo incendiaba la guitarra, tú mis calzoncillos. A cada roce saltaban los plomos, nos matábamos casi sin permiso.

Y al amanecer, tú parabas el despertador, la luz se colaba por la ventana y yo volvía a lo alto del alambre, viéndote marchar, sabiendo que esto había terminado antes de empezar.

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