Peor para el sol

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Un puñado de casualidades nos llevó hasta la noche de autos. Con prisa salía de casa, colocándome la americana y sacudiéndome el polvo de la solapa. El resto, desde el coche, esperaban con la puerta abierta al grito de “¡venga coño!”. Llegábamos tarde a la ceremonia.

Allí estaba “el tito” encorbatado y nervioso, controlando desde su metro noventa como todo el mundo iba apareciendo en escena. Habían muchos más amigos que familiares. Supongo que siempre es así.

El tito es una de esas personas que simplemente disfruta de la vida, sin pensar demasiado las cosas. Quizá por eso nos encontrábamos allí.

Lo conocí a través de su hermano. Cuando llegaba el fin de semana nos pasaba diez euros de chocolate que nos fumábamos en un parquecillo cerca de su casa.

Los veranos los pasaba de okupa en su apartamento en la playa. Aunque mis padres también tienen uno, nunca le vi la gracia a subir al mío. La fiesta estaba en otro sitio.

Los agostos en el apartamento se reducían a tomar el sol en la playa durante el día, entre quintos y cigarros de la risa. Comer algo, echar la siesta y, cuando el sol desaparecía, ir a los garitos en busca de los grupos de guiris que continuamente desembarcaban en el pueblo en busca de sol, playa y fiesta.

En una de estas una vecina trajo a un par de amigas del instituto. A su hermano y a mí no nos hicieron ni puto caso, pero el tito triunfó. “Ahí os quedáis”. Se iba con una en el coche. No sé que le contaría, pero el caso es que acabaron en el asiento trasero de un vectra destartalado, sudando la verdad, mintiéndose de reojo.

El verano pasaba y nosotros éramos fieles a nuestro calendario. Sabíamos perfectamente de dónde eran las del autocar que acababa de llegar dependiendo de la quincena de agosto en la que nos encontrábamos. A mí me volvían loco las rusas – última de agosto.

Setiembre aterrizó como un B-52. Certero y despiadado nos devolvió a la realidad. De vuelta a clase, al trabajo y al continuo zig-zag de la ronda en hora punta.

Recién levantado, el tito recibió una ostia en forma de llamada. Iba a ser padre. Su hermano me llamó: “Cabrón, que vamos a ser tíos!”. La caja negra del vectra tenía los detalles.

Se fueron a vivir juntos a un chalet que el padre de él tenía en venta y meses más tarde nació la cría. Ojalá todas las cagadas que cometa en la vida sean la mitad de cojonudas que esos dedos diminutos. La llamaron Paula.

De repente, todos nos hicimos un poco más viejos y feos.

La ceremonia fue religiosa. Mi colega era el padrino. En los bancos del final no cesaba el movimiento. Nos reconocíamos de los bares, de las noches de fiesta.

Desconozco si son felices, si de verdad se quieren. Sólo sé que aquella noche bastó una mirada para prometerse algo parecido a la felicidad mientras sonaba de fondo torres de babel.

Y yo, cubata en mano, era presa de un enorme ataque de vértigo. Vértigo de hacerme mayor, vértigo de sentir que mi mundo cambia.

1 comentario :: Peor para el sol

  1. Cierto como el puño de mi mano. Firmado el tito luis

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