Los domingos no me doy cuerda

Las calles atestadas en domingo me sosegaron. Compré Luz de agosto, de Faulkner, en la librería Kinokuniya, llena como un tren en hora punta, entré en el jazz café más ruidoso que encontré y escuché a Ornette Coleman y Bud Powell mientras tomaba una taza de café amargo y leía el libro, salí a la calle, tomé una cena ligera. “¿Cuántas decenas, no, centenares de domingos como éste me quedan por vivir?”, me pregunté. “Domingos tranquilos, apacibles y solitarios”, dije en voz alta. Los domingos no me doy cuerda.

Tokio Blues (Haruki Murakami)

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